Cuando una pareja decide unirse eternamente, para cumplir las metas a futuro que se han fijado, sus sueños en común, compartir cada hora del día y formar una familia, siempre surgen dos interrogantes, ¿cuál sería la mejor forma de celebrarlo?, y ¿cómo hacerlo?
Desde hace algunos años las parejas han optado por incorporar a su ceremonia rituales simbólicos como una alternativa para celebrar y manifestar ante sus invitados la felicidad que sienten al unir el profundo amor que se tienen el uno al otro.
El ritual de la arena nació hace muchos años en Hawái donde los novios que festejaban su boda en la playa cargaban consigo un poco de arena de su lugar de origen para después mezclarlas sellando así la unión de los esposos.
Realizar éste ritual durante la boda es muy fácil, sólo necesitas dos pequeños frascos que contengan arena de distintos colores y un recipiente mediano. Cada uno toma un pequeño bote y al mismo tiempo viertan poco a poco el contenido de éstos en el recipiente mediano hasta que se llene. Revolver los finos granos de arena hace imposible su separación, esto simboliza que los novios han fusionado su amor y nada podrá sepáralos.
Con tres simples velas se puede simbolizar mucho. Existe el ritual de la luz, que es una representación de la iluminación del nuevo camino que tienen por recorrer, las grandes cosas que pueden lograr estando juntos y que la alegría que están experimentando en ese momento perdure en el matrimonio.
Para llevarlo a cabo se necesitan tres velas, dos finas y alargadas, que serán sostenidas por los cónyuges, y una grande –como los cirios–, que se colocará entre ambos. Primero deben encender por separado sus velas y después, con el fuego que despiden éstas dos juntos encienden la vela grande.
Las rosas tienen diversos significados, por ejemplo, en la mitología griega simbolizan la pasión y el deseo que existe entre los enamorados, pero para algunos su significado no es otro más que el decirle “te amo” a la pareja sin necesidad de utilizar las palabras.
El ritual de las rosas consiste en que los novios se intercambian dos bellas rosas rojas de tallo largo que posteriormente depositarán en un jarrón, con la finalidad de que cada aniversario se haga lo mismo para recordar que la llama del amor no debe apagarse y que su matrimonio se basa en el afecto mutuo.