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    Si el respeto se aprende en casa, ¿se enseña el racismo?

    El racismo tiene muchas caras, que van desde el rechazo, la exclusión y la violencia en diferentes niveles. No podemos permanecer ajenos a esta dolorosa realidad.

    El ser humano no nace racista, en palabras de Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión”. Aún y todo, por increíble que parezca, en plena pandemia mundial, en medio de una crisis que nos rebasa como humanidad, en el 2020 siguen los crímenes de odio por racismo.

    El “racismo es una de tantas conductas que se enseña”, con los hechos, con las palabras, a veces quizá con “pequeños tonos” que ni siquiera asumimos como racistas y más en casa que en la calle.

    El racismo no es sólo despreciar abiertamente a una persona por el color de su piel, no es sólo contra los negros, hay racismo contra blancos, amarillos, latinos, mujeres… Se manifiesta en una serie de conductas que se van sumando y construyendo sobre la vulnerabilidad de ciertas personas, qué sin importar su origen, edad, religión, color o situación económica, son humanos.

    Está bien no ser racistas, pero hoy nos damos cuenta de que no es suficiente. No basta con no participar, sino que tenemos que participar activamente contra el racismo. Alzar la voz, hacer notar las acciones racistas, los comentarios inapropiados, así sean de broma, evitar hacerlos a toda costa, ser activamente anti-racistas en casa y fuera de ella, porque es verdad que el respeto se enseña en casa, pero el racismo también.

    Hoy tristemente tenemos una oportunidad más como humanidad para reflexionar y cambiar nuestro actuar, para analizar profundamente si acaso en nuestro día a día cometemos actos o decimos cosas que puedan discriminar a otras personas, no necesitamos arremeter violentamente contra un negro o contra alguien de origen distinto al nuestro para ser racistas; lo somos cuando usamos términos coloquiales (y nefastos por cierto), de manera “inocente” como: chacha (inclusive referirte a “mi muchacha”), sirvienta, naco, indio, pobretón, muerto de hambre, jodido… todas estas palabras que dejamos ir así, de manera casual de nuestra boca, y peor aún, frente a nuestros hijos para referirnos a personas que no cumplen nuestros absurdos estándares personales de lo que debe ser o de cómo debe lucir una persona.

    ¡Qué incómodo hablar de estos temas!, ¡sí claro!, el racismo como tantas otras problemáticas sociales es una broma, es un chiste, es un meme, es algo que, si no nos pasa, asumimos que no pasa, y que cuando pasa, pasa tan lejos de nosotros que es suficiente con poner un post en redes sociales para apoyar o repudiar una conducta y ya está.

    Pues no está, tenemos que hacer más. Tenemos que sentarnos con el corazón y la verdad en las manos para hablar con nuestros hijos del tema, para decirles que hay palabras o expresiones que quizá hemos usado “sin la intención de lastimar a nadie”, pero que no son inapropiadas y que no las usaremos más. Que agredir a alguien por su color de piel o apariencia es absurdo y que no somos ni seremos parte de ello, que incluso debemos denunciarlo y si está en nuestro alcance, evitarlo.

    Tenemos que decirle a la familia y a nuestros amigos que las bromas discriminatorias hacia las minorías no nos parecen chistosas y que no vamos a formar parte de esa cadena, de ese humor de mal gusto. Tenemos que dejar de identificar a las personas refiriéndonos al “morenito”, al “güerito”, al “gordito”, al “afeminado”, al “rarito” cuando el tono es despectivo.

    Es momento de mostrar a nuestros hijos una manera activa de cambiar el mundo, desde la casa, explicarles que un apodo un día se convierte en un insulto, un empujón en un golpe, una burla en una herida y una agresión, en la muerte.

    Si es apropiado para su edad, mostrarles también la brutalidad de los actos fuera de control de personas que “se creen” con el derecho de lastimar a otros y las consecuencias de esos actos. Esto aplica no sólo para criar niñas y niños anti-racistas, pero también anti-violencia, anti-abuso, anti-homofobia, anti-bullying.

    ¿Nos damos cuenta del valor que aporta cambiar la manera de educar? Esto significa criar niños sin prejuicios de género, raza, origen, etc., personas libres que reconocen en otro ser humano a una persona digna de los mismos derechos que ellos, con emociones y sentimientos, ideas y errores, y esto al mundo le urge, no importa donde vivas y no importa qué edad tengas, es urgente.

    Tenemos que enseñar ya a las generaciones más jóvenes que no hay privilegio o derecho que valga someter o sacrificar la vida de un ser humano, que las creencias no pueden estar por encima de la dignidad de nadie, que a ninguna persona la define su color de piel, pelo, ojos, porque son condiciones que nadie elige y son características que nos hacen únicos y diferentes.

    Necesitamos hablar de anti-racismo con los niños, con nuestros pares. Necesitamos ser activos defensores de los derechos humanos de todos los humanos, no sólo de los que amamos, esto es un problema que nos daña a todos y no puede seguir.

    Los adultos que hoy cometen estas atrocidades alguna vez fueron niños, y alguna vez fueron guiados por otros adultos, no es una regla absoluta que les hayan enseñado a ser racistas, pero es verdad que nadie les enseñó a no serlo.

    Por favor, desde casa enseña el respeto, pero también enseña el valor de defender a otro cuando ese respeto no lo considera valioso.

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