Recuerdo con mucha perfección el primer huracán que me tocó presenciar en mi niñez, tenía 6 años. La imagen que guardo con mucha claridad, son las cintas que mis papás colocaron en el cristal de la venta en forma de cruz, y al otro lado, los árboles del jardín de mi mamá doblándose por completo hacia el suelo con la fuerza del viento. Ahí estábamos junto con mi abuela, que durmió con nosotros esa noche por precaución, pegadas a la ventana viendo con total admiración lo que ocurría del otro lado. Mientras que mi mamá nos acompañaba, lanzó el siguiente comentario. “Increíble que toda esa cantidad de agua caiga sobre la ciudad y sea solo un desperdicio, ¿apoco no es posible hacer algo con toda esa agua?” Cada temporada de lluvia escuchaba a mi madre preguntarse lo mismo.
Actualmente, quienes habitamos en zonas urbanas, nos enfrentamos a la siguiente paradoja; vivimos rodeados de concreto, con los servicios de agua y luz garantizados casi en su totalidad, sin embargo, no estamos exentos a pagar el precio de las inclemencias del cambio climático, ya que, en temporada de calor, sufrimos de las altas temperaturas y del desabastecimiento de agua potable, y al comenzar la temporada de lluvia nos convertimos en víctimas de inundaciones, lo que complica toda actividad en la ciudad.
Sin embargo, a diferencia de hace 30 años, hoy en día nos encontramos inmersos en una sociedad que explora con mayor éxito el diseño de soluciones a este tipo de problemáticas. Muchas de ellas, se crean desde la innovación social, por lo que suelen ser pensadas para ser sostenibles en el tiempo y para generar un cambio sistémico. Decimos que generan cambios sistémicos por qué son disruptivas y buscan cambiar por completo las condiciones en las que se genera la problemática.
Un gran ejemplo en nuestro país de empresas sociales que además implementan innovación social es “Isla Urbana”, la cual nació hace 10 años en Ciudad de México. El equipo a cargo de esta empresa observó con atención los desafíos que enfrentan numerosas personas, especialmente aquellas que residen en áreas rurales y periurbanas: “la falta de acceso a la red de suministro de agua potable”. Dichas comunidades o zonas dependen de la distribución que realizan las cisternas para obtener agua. Paradójicamente, estas ciudades suelen ser aquellas que en temporada de lluvia suelen recibir abundante agua.
Isla Urbana utiliza la infraestructura disponible en cada hogar, centrándose especialmente en el elemento más crucial: el techo. En este sentido, se instala un sistema de canalización en función del material utilizado, ya sea lámina o concreto, con el propósito de recolectar y dirigir el agua de lluvia hacia un único punto de recolección.
A la fecha, según su página oficial, este emprendimiento ha instalado un total de 30,700 sistemas de captación de agua, en hogares, centros educativos e industrias, beneficiando así a un total de 590,000 personas en todo el país.
Sus resultados, no solo nos llenan de entusiasmo, pues son un claro ejemplo de esa nueva generación de empresas que nacen con el objetivo de resolver problemáticas sociales basados en modelos de negocios sostenibles en el tiempo, sino que, además, demuestran de qué forma podemos utilizar la tecnología y la innovación a favor de las familias más vulnerables.
Cuando compartí con mi mamá la historia de este emprendimiento la vi sumamente entusiasmada, y al mismo tiempo, pude distinguir en su mirada el sentimiento de quienes sabemos que fuimos incubadora de una idea millonaria que ahora vemos hecha realidad por otros. También me consultó sobre la posibilidad de instalarlo en casa, y aunque no lo hemos concretado, sabemos que el costo del sistema patentado, propuesto por Isla Urbana, es sumamente asequible.
DRA. YRASEMA CRUZ CASTELLÓN
