Leo y releo el primer párrafo de “Historia de las dos ciudades” de Dickens: “Es el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos. Es la edad de la sabiduría, y también de la locura. Es la época de la fe, y también de la incredulidad, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Lo tenemos todo, pero no somos dueños de nada, caminamos derechito al cielo pero tomamos el camino a otro lado…” ¿presagio o solamente literatura?
El bolero clásico, nos ubica en un contexto sumamente trágico “Esperanza inútil, flor de desconsuelo, porque no te mueres, en mi corazón”. Pregunto, ¿qué acaso la esperanza no es la última batalla que deba pelearse? Coincido con Aristóteles, la esperanza es el sueño del hombre despierto; discrepo totalmente con Nietzsche, la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.
Cuantas veces, se habrá escuchado mi lamento, cuantas veces se habrá leído aquella queja de “en este mundo no hay lugar para la esperanza”; lamento el que enfundando en una característica apatía haya podido exclamar aquellas voces, mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa.
¿Cuál será la principal preocupación de los seres humanos? Para los más frívolos y ambiciosos: el tener, para los pobres y olvidados el comer. Hoy en día el tema que más ocupa y preocupa al mexicano es la seguridad. La violencia es un tema cada vez más común en todos los ámbitos sociales. Todos hemos sido victimas o conocemos alguien que ha padecido los estragos de ésta. Una sociedad como la nuestra vive atemorizada, esto deshumaniza a la persona, pues comienza por haber un espíritu generalizado de sospecha, de desconfianza, de resentimiento y hasta odio. Una economía feroz con resultados atroces, la provocación de los medios de comunicación hacia un individualismo cruel, legislaturas que inoportuna y sádicamente tratan de imponer una agenda pro-muerte.
Ante este panorama nada amable con el que nos enfrentamos; parecería imposible la construcción de una sociedad que viva decididamente la caridad, la consolidación de una civilización que abogue por el respeto, donde evolucione la solidaridad, donde se privilegie la cultura del esfuerzo y la veracidad. Imposible ante esta viñeta surrealista redimensionar el valor de la persona.
¿Nos desarrollamos como generación en una crisis de esperanza? Sí, nos desenvolvemos –disculpen si los canso- en un contexto difícil (más no imposible de sobrellevar) falto de certeza, de valores y puntos de referencia sólidos; pero después de invierno siempre hay una primavera, y ese es un anuncio consolador.
La sonrisa y el buen humor, resultan ser armas humanas y sobrenaturales eficaces que combaten la angustia efímera y la inclemencia de la ira y precisamente el ya acaecido Joan Baptiste Torelló glosa: “La genuina alegría de vivir es esencialmente alegría de siempre, inalterable, sin baches ni lagunas, y presupone una ilimitada apertura del corazón y de la mente, que no sólo es capaz de acoger de buen grado todo lo que puede ocurrirle, sino que provoca un dinamismo interior que destierra toda rigidez intelectual, toda indolencia y toda dilación del querer y del obrar”. Y La alegría nace de la virtud teologal de la esperanza.
Aunque los signos de los tiempos presagien la era de la desolación, de la incertidumbre y del abatimiento; la esperanza nos lleva a ver la realidad desde la óptica que nos empuja a salir de nuestro egoísmo y a proscribir la apatía.
Transcurrimos un verano caluroso, de ardiente impaciencia, de humores contrariados… pero en verano el sol brilla más fulgurante y siempre debemos conservar esos venturosos deseos de esperanza.
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*El autor es abogado y escritor, intelectual pop y filósofo urbano y ya sin tanta crema a los tacos es un mazatleco orgulloso de su terruño.
