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    La alegría está en todas partes…

    “… traigo penas en el alma, que no las mata el licor en cambio ellas si me matan cuando más borracho estoy… quiera Dios que a ti te paguen con una traición igual, para cuando te emborraches tu tengas por quien llorar”. ¡Qué horror que algún día nos llegásemos a sentir como en aquella fatídica ranchera; preferible decir como Dostoievski “¡Cuán bueno hace al hombre la dicha! Parece que uno quisiera dar su corazón, su alegría. ¡Y la alegría es contagiosa!”

    En su poema “Defensa de la alegría” Mario Benedetti musita: “Defender la alegría como una trinchera/ defenderla del escándalo y la rutina/ de la miseria y los miserables/ de las ausencias transitorias y la definitivas/ defender la alegría como un principio”.

    En Brasil, el derecho a la ALEGRIA, esta titulado por su Carta Magna como derecho fundamental a la par de la Salud y de la Educación. Aquí en nuestro México febril e impostadamente solemne difícilmente veríamos un artículo como tal pero, si podemos regalar sonrisas y contagiar felicidad. Necesitamos que nuestro entorno se vuelque luminoso, alborozado, jubiloso.

    Si de algo estoy seguro, es que no hay palabra que escriba, coma que se asome, punto que me pida “raite” y párrafo que acomode, que no lo haga dichoso y en estado de regocijo. Como propósito diario y por tanto como proyecto de vida, está el ser un hombre alegre, que si lo consiga o no, es otra histeria -perdón, otra historia- pero con todo el rigor de la sinceridad le detallo al lector, que lucho por ser un hombre alegre.

    En una sociedad como la nuestra, abyecta, frívola, desalmada, (perdón, por esta cascada de calificativos), donde el hedonismo, consumismo y relativismo, son formas de vidas aceptadas; donde la escala de valores es desconocida y las virtudes poco o nada practicadas, la alegría llega a ser un concepto vacío o deformado.

    Sabemos que este mundo está “patas pa’rriba”, adolece de esperanza; en efecto existe una miopía ética y un daltonismo, pero la alegría es experimentable. La tibieza, el egoísmo y el desconsuelo son compinches del enemigo.

    Ser o estar alegres, no debe de confundirse, con tener la carcajada en la boca, o suscitar risas, el ser alegre, no se reduce a provocar chistes. No es imperante vivir en la comedía, no es sensato vivir en la tragedia; sin embargo sí es apremiante convertirnos en protagonistas de la alegría y no solo espectadores de ella.

    Desarrollar el sentido del humor, es una manifestación inteligente de la alegría; por eso el simpático erudito que fue Chesterton, le denominó a éste como “highly civilized product”.
    Mi papá que fue un gran conversador; dueño de un gran sentido del humor, a veces cáustico y mordaz. Aderezaba sus pláticas con dicharacherías simpáticas, porque creía vehemente que el sentido del humor era el patrimonio inexpropiable de la inteligencia.

    Hoy a pesar de los pesares, de las perdidas con las cuales vamos tejiendo el lienzo de la vida, puedo decir como Neruda: “Sucede solamente que soy feliz por los cuatro costados del corazón, andando, durmiendo o escribiendo. Qué voy a hacerle, soy Feliz”.

    ¿Nos leemos en Marzo?

    *El autor es abogado y escritor, intelectual pop y filósofo urbano y ya sin tanta crema a los tacos es un mazatleco orgulloso de su terruño.

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