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    EL GLAMOUR EN EL CINE

    En el No. 4 de CINESAURIO, Revista de Cine, Literatura y Varia Universal, 28 de marzo de 2000 (nunca publicado), escribí, en la sección LAS DIVAS:

    ANNA LUISA PELUFFO

    Desde el punto de vista de una perspectiva acrítica e impresionista, inspirada por ti, tú, efigie seductora, te ves, al mismo tiempo, interesantemente buena y mal, como en La mujer y la bestia (1958) de Alfonso Corona Blake, en la que protagonizas, dentro del imprescindible melodrama, a una enfermera cabaretera muy atractiva. Te ves muy bien y muy bella, como en Vestido de novia (1958) de Benito Alazraki, en la que protagonizas a una conyugue exprostituta. Te ves de buena presencia pecadora, como en Cada quien su vida (1959) de Julio Bracho, en la que protagonizas a una cabaretera con obligaciones religiosas. Te ves eternamente joven, como en Nacida para amar (1958) de Rogelio A. González, en la que protagonizas a una vedette de teatro frívolo que ha muerto moralmente. Si en Sed de amor (1958) de Alfonso Corona Blake, interpretas a una mujer recatada y devota, que no te correspondía, en Adriana del Río, actriz (1978) de mi amigo Alberto Bojórquez, película de la que se dice que es un “serio, aunque no muy inspirado, intento de describir el ambiente del cine mexicano”, te interpretas a ti misma o, más aún, interpretas a todas las divas de ese mundo fascinante y seductor, habitado por seres casi intangibles y, por ello, míticos. Quiero referirme a ti, como la efigie seductora que se mantiene viva, no fríamente petrificada, por no decir celuloidizada, debido, sobre todo, a la tetralogía melodramática compuesta por La fuerza del deseo (1955) de Miguel M. Delgado, El seductor (1955) de Chano Urueta, La ilegítima (1955) de Chano Urueta y La Diana cazadora (1956) de Tito Davison. Tengo para ti una diferente “rima de dentro”: Porque al verte, la palabra vierte: Hoy te gocé Anna Luisa, hoy te gocé Peluffo. Por un fotograma topé con tu presencia fílmica y surgió la dicha de ser tu admirador, como adolescente eterno, porque tus ojos de luz de hablar el alma me retaban, cuando veía tus senos febriles en su sosiego, también ojos con acento de hablar tu cuerpo que anima al desasosiego. Miré tus ojos, miré tus senos, vibró tu encanto de efigie palatina. Quisiera ser novel, novillo primeriado, para entrar en ti con aires iniciales. Imposible será, ya que no te respiré, Anna Luisa, ya que no te tuve un rato en mis brazos, como quise, eternamente. Quisiera conocerte, para seguir alagándote y recordar los ratos gratos de la anécdota fílmica, del placer del canto en cabarets de tierras tropicales, donde tu fueres la perversa modelo, posando desnuda, mostrando tus generosos senos y semidesnudo pubis, bajo una tenue seda, cubriendo, no del todo, tu centro del mundo.

    Siempre hay una primera vez, para un Vals sin fin, Gloria Fuensanta, tú, que fuiste Camelia la texana, tú que le dijiste a El rey Olmos: “pégame, mi señor, tú eres mi hombre y puedes hacer conmigo lo que quieras”, tú, que eres, usando las palabras de Baudrillard, “una gran figura seductora… ligada a la fuerza caprichosa y arrebatadora de la propia imagen cinematográfica”, tendrás un monumento en un futuro museo del cine en Coyoacán… Añado hoy, año 2023: en un futuro museo del cine mundial.

    A punto de que cumplas 94 años de vida (naciste el 9 de octubre de 1929, en Querétaro), tú seguirás siendo, por siempre, parte esencial del glamour en el cine.

    Por Javier Enrique Zamorano López

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