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    ¿La bolsa o la vida?

    “La ambición tiene sólo una recompensa, un poco de poder y un poco de fama, una tumba para descansar y un nombre olvidado para siempre”

    William Winter

    En una revista, leí un artículo titulado “La ambición es buena”; de la lectura me inquietaron ciertos pensamientos, y no porque – desde el punto de vista de los negocios – el texto no tuviera aciertos, sino que, dejó de lado la cara oscura de la pasión. Recordemos que la ambición, por principio, es  la: “Pasión por conseguir poder, honras, dinero o fama”; y si es desbordada, seguramente que atentará contra el equilibrio vital.

    No es malo ambicionar y desear con firmeza conseguir algo; quien no ambicione no logrará metas en la vida. El quid está en el precio a pagar por obtener esa meta. A muchos no les importarán los caminos que haya que recorrer con tal de conseguir sus propósitos. Por el contrario, habrá quienes comulguen con la idea de Maquiavelo, quien dijo, de manera no textual, que: “El fin justifica los medios”, y significa que los poderes han de estar por encima de la ética y la moral dominantes para llevar a cabo sus planes. Este razonamiento, defendido por la doctrina del Bien Superior, se opone frontalmente a la doctrina cristiana y a la mayoría de las filosofías morales a lo largo de la historia, que declaran exactamente lo contrario: “El fin no justifica los medios”.

    Ahora bien, esto es bajo la visión de lo que pueda ser bueno o malo, o ético o inmoral; enfoques que, como tienen bandos, serán discutibles según quién lo diga. Habrá otros que señalen que la ética es una sola y no se negocia. Pero, más que meterme en discusiones moralistas – no porque no me interesen o no sean importantes – quiero dirigir la mirada hacia la parte vivencial y del tránsito feliz por este Mundo.

    Recordemos la frase legendaria que se atribuye a los asaltantes: “¡La bolsa o la vida!”, echando así al asaltado una decisión binaria: o pierdes el dinero o pierdes la vida. Sabemos de personas que, pretendiendo defender la bolsa, han perdido la vida. Y ese es el punto capital: ¿qué es más importante?, ¿el dinero o la vida? ¡Claro que es una pregunta desagradable!, pues todos queremos las dos cosas; pero, en el momento de escoger, hay quienes prefieren el dinero sin que necesariamente pierdan la vida biológica. Malogran su vida en ciertas manifestaciones de ella que no tienen que ver directamente con el bolsillo, como la dignidad, la familia, el disfrute, la salud, el sueño, y otros puntales de la felicidad vista como un todo; es decir, la abundancia plena.

    Sirva de ilustración una fábula china, tal cual le escuché narrar a un amigo mío.

    “En un reino de China un poderoso hacendado les dijo a sus peones: – Voy a regalarles gran parte de las tierras de mis dominios mediante un sencillo concurso.

    “- ¿Acaso tendremos que combatir entre nosotros? – preguntó uno de sus súbditos. – No – contestó con calma el terrateniente –, he aquí lo que tienen qué hacer: saldrán al despuntar el alba y cada uno delimitará el área de tierra que quiere para sí, caminando en un círculo que iniciará en este punto y terminará aquí mismo al atardecer, ni un minuto más. Lo que deslinden será suyo, siempre y cuando empiecen a caminar desde aquí, con la salida del Sol, y regresen al mismo lugar antes de que el astro se meta en la lontananza ¿Está claro? – preguntó. Y se escuchó un estruendoso y colectivo – ¡Sí señor!

    “Todos salieron a marcar los límites de sus tierras. Pero Chang, el más ambicioso del grupo, salió corriendo como una gacela que huye por su vida. Con rapidez circuló largas distancias sin parar para descansar, comer o beber agua, pues su avaricia era lograr la mayor porción de tierra posible, antes de que cayera el Sol. La mañana fue muy provechosa para sus fines, pues recorrió más perímetro que nadie; a mediodía, cuando los demás descansaban y comían para reparar sus energías, él siguió corriendo. Ya por la tarde, el cansancio, la sed y el hambre empezaron a cobrarle la factura. No obstante, extenuado y con los pies ampollados, Chang siguió trotando y ganando terreno, aunque a duras penas. Sabía que tenía que llegar antes del ocaso y constantemente veía la caída del Sol. Cuando vio que el astro estaba bajando más y más, echó la última carrera con las fuerzas que le quedaban y, al llegar a la meta, cayó de bruces, muerto de un ataque al corazón, ante el trono de su señor, segundos antes de que el Sol lanzara su último rayo. Había ganado la mayor extensión de tierra de entre todos los participantes.

    “La gente cayó en un silencio total, pues Chang estaba con los pies sangrantes, el rostro en una mueca de dolor… y sin vida. En eso, el hacendado sentenció: – Chang fue quien demarcó más terreno, ¡casi 1,000 hectáreas!, sin embargo, como está muerto, tan sólo le corresponden dos metros cuadrados – Pero señor –  dijeron los más cercanos – ¿Por qué tan poco, si él fue quien más terreno cubrió? El terrateniente contestó: – Chang no necesitará más tierra que esos dos metros de largo por uno de ancho, para que ahí caven su tumba”.

     

    ¿La bolsa o la vida?… Chang perdió la salida y la puesta del sol de ese día, sin haber disfrutado del paisaje, la caminata y del fruto de su esfuerzo.

     

    Manuel Sañudo es Coach, Mentor y Consultor

    Correo: manuelsanudog@gmail.com

    Blog: www.entusiastika.blogspot.mx

    1. R. © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor.

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