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    ¿Por qué los gritos no sirven para educar a los niños?

    Educar a nuestros hijos requiere de paciencia, empatía, escucha activa y comunicación. Hemos hablado en varias ocasiones de que el castigo, las amenazas, el chantaje y los azotes no son métodos educativos, y además perjudican seriamente al niño. Pero ¿qué pasa con los gritos?

    Por desgracia, todavía hay muchas personas que no conciben la educación sin gritar, pues desconocen que los gritos dejan huellas profundas en la personalidad del niño y afectan a su comportamiento. Aunque en un momento dado todos podemos perder los nervios, es importante ser conscientes de que esta no es la forma de educar con respeto y empatía.

    Te explicamos por qué los gritos no sirven para educar a los niños, y las consecuencias negativas que acarrean.

     

    Los gritos bloquean el cerebro del niño y le impiden aprender
    Podemos creer que gritando conseguiremos que nuestros hijos nos escuchen con más atención, o quizá pensemos que es la forma de mostrarles nuestra autoridad. Pero lo cierto es que los gritos no son una buena forma de educar, pues entre las muchas consecuencias negativas que acarrean, está el bloqueo del cerebro del niño.

    Si queremos que nuestros hijos aprendan realmente sobre algo, debemos explicárselo dialogando con tranquilidad y creando un entorno en el que el niño se sienta seguro y protegido.

    Si les gritamos para que hagan o no hagan algo, lo único que conseguiremos es bloquearles, y que a la larga acaben actuando para evitar esos gritos, pero no porque hayan interiorizado y aprendido cómo deben hacerlo.

     

    Al gritarles les provocamos estrés e inseguridad
    El bloqueo mental que se produce cuando nos gritan eleva los niveles de una hormona llamada cortisol, cuya función es poner en alerta al cerebro cuando recibe una amenaza.

    Así pues, si el niño crece y se desarrolla en un entorno hostil en donde su cerebro percibe continuamente amenazas en forma de gritos, castigos, azotes, ignorando sus sentimientos… entrará en ese “modo de alerta” del que hablamos, provocándole estrés, miedo, ansiedad e inseguridad.

    Estos sentimientos acabarán convirtiéndose en una constante en su día a día, haciendo que el niño crezca temeroso, desconfiado, asustadizo y con poca seguridad en sí mismo.

    Los gritos dejan huella en su personalidad. Pero gritar a nuestros hijos “no solo” les provoca consecuencias negativas a corto plazo, sino también a la larga, pues son varios los estudios que han demostrado que una educación a base de gritos puede afectarles en su etapa adulta.

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